Ortega y Gasset
Conceptos de vida, Generación y Circunstancia son parte de la Historia de las ideas.
En el texto “En torno a Galileo” se explica la escena de la modernidad fundada en experiencias vitales.
¿Por qué Galileo? Porque es el impulsor de la modernidad científica. La ciencia naturalista.
La oposición entre modernidad científica causalista versus la modernidad humanista historiográfica.
El historicismo, en su esencia, proclama la originalidad, la individualidad. Es una visión más existencial, pues compete a la existencia humana, al ser que se experimenta como humano. Proclama la individualidad, la originalidad. No asumir tradiciones ni normas que regulen esas tradiciones. Mi estilo. Mi respuesta a las circunstancias. Lo humano tiene que ver con el pasar, pero con lo que a ALGUIEN le pasa, en contexto de vida.
Originalidad como la irreductibilidad del espíritu. “Estilo”, ser quién, sin actuar según reglas sociales, sino escuchando nuestras circunstancias.
La historicidad del ser humano explica lo que le ocurre al ser como experiencia humana. No es una recopilación cuantitativa. Se pone en cuestión la idea de ciencia y su alcance universal, para decir que hay otro saber que se hace cargo de hechos humanos.
La historia se preocupa de averiguar cómo han pasado las cosas. Es empírica, pues se basa en datos y hechos. Sin embargo, el pasado no es un hecho que se pueda conocer empíricamente, pues no se puede recopilar.
Concepto de vida humana: Es construcción de horizonte vital Cómo el ser resuelve problemas humanos. El ser se define por lo que hace, por lo que fabrica. Y el hombre es por esencia fabricador, creador de mundo. Vida como vitalismo, algo experiencial que tiene que ver con la existencia. La vida humana es lo que se experimenta vitalmente, no lo que sucede externamente, sino la experiencia interna. Vida como individualidad filosófica. Singularidad en relación con las circunstancias, lo que remarca la importancia de los pueblos. Es la vida desde el sujeto que la vive. Somos lo que hacemos. Sujeto que se hace cargo de su experiencia. No hay otro sustento. No hay verdades ni hechos. La vida es dinamismo, drama, trama.
El drama vital, como la trama de nuestras vidas. Somos lo que nos pasa. Nos acontece un drama.
El mundo no es un lugar físico, es sentido. Un horizonte de sentidos. El mundo histórico en la historicidad es el que tiene sentido en mí mundo/vida. Es el horizonte histórico que define mi comprensión.
Habermas “Nuestro breve siglo”. En él habla del siglo XX como un siglo que no tiene 100 años, que se inicia después de la 1º guerra mundial y termina en 1989.
El contexto, como una serie de acontecimientos que dan sentido.
Guerra Fría y dictaduras enmarcan épocas de historicidad, pues demarcan horizontes de sentido.
Las generaciones son experiencias y construcciones de significados entre pares. Análogas entre ellas en circunstancias similares.
Coetáneo v/s Contemporáneo, pues somos coetáneos quienes coincidimos en la construcción de sentidos.
Heráclito sostiene que lo que nos pasa nos sirve para momentos posteriores. El poder de las decisiones. Al igual que Hegel, sostiene que los cambios son para bien.
Nietsche sostiene que somos puro devenir y que la vida es caos. Nihilismo no reactivo, que es miedo al cambio. Nihilismo positivo, que es la capacidad de vivir de buen ánimo, la nada de la existencia.
Singularización, al ser lo que fabricamos, pues fabricamos mundos.
Estamos definidos por horizontes históricos y heredamos las construcciones de sentido de otras generaciones. No hay causalidad, pues el tiempo humano no es matemático.
Los pueblos/individuos reaccionan de distinta manera, pues la creación de horizonte es circunstancial. Existe un territorio singular, que es el territorio del individuo.
La circunstancia no es empírica. Somos cada uno y nuestra circunstancia.
Yo como singularidad en un horizonte determinado. Es la relación con el significado de las cosas. El circunstancialismo es el horizonte interpretable. Una identidad circunscrita a circunstancias, no a territorio espacial. Cuando escuchamos a las circunstancias, estamos siendo auténticos, actuando con autenticidad.
Hombre existencial y su afán de ser. Singularidad. Conciencia del alcance de sus posibilidades. Persona singular. San Agustín postula que “somos un quién”. Los actos nos determinan. Vivimos en mundo común, pero nos enfrentamos y decidimos desde distintas perspectivas.
La soledad existencial (de Octavio Paz). Estamos solos. Soledad cerrada, al no tener horizontes, no expresar. Es excluyente. Soledad abierta es abrirnos a nuevos horizontes. Vivir y pensar de verdad. Trascendencia. La soledad nos sitúa igual a todos los hombres.
El desamparo y la soledad de decisión en el drama de nuestra individualidad.
América se descubre como objeto filosófico. Conciencia de América es genuina en su historicismo. Filosofía es el pensar en nuestra propia existencia. Emancipación del individuo original, individual, existencial.
La Filosofía Americana como filosofía sin más
El hombre deja de ser ente entre entes a través del Verbo, para transformarse en su habitante. El hombre le da sentido a este Mundo y Universo, distinguiendo, separando, igualando y unificando al resto de los entes que carecen de esta cualidad.
El Verbo posee, desde los primeros balbuceos del hombre, la mitología, un carácter que podríamos considerar mágico. La palabra es magia, lo que hace posible la existencia de algo, de la nada.
El Logos, otra expresión del Verbo, es para los primeros mitólogos y para los filósofos, el instrumento que pone orden en un mundo y universo caóticos.
El poseedor de este Verbo, Logos o Palabra es el hombre.
El filósofo es el hombre que quiere saber del ser en la nada, del orden en el caos.
La historia de la filosofía, que es también la historia de un aspecto de la cultura del mundo occidental, nos muestra la aventura del hombre en este permanente preguntar, en este permanente crear y recrear; ordenar y reordenar, para escapar a la nada y el caos.
La historia de un preguntar por la posibilidad de repreguntar, sobre una realidad que resulta no parecernos, a nosotros los latinoamericanos, estar de acuerdo con la respuesta que de la misma ha dado la filosofía.
Cuando nos preguntamos pro la existencia de una filosofía americana, partimos del sentimiento de una diversidad, del hecho de que nos sabemos o sentimos distintos.
Preguntar por la posibilidad de una filosofía es preguntar por el Verbo, el Logos, o la Palabra que hacen, precisamente, del hombre un Hombre.
Nuestro filosofar en América empieza con una polémica sobre la esencia de lo humano. Las afirmaciones a favor de la naturaleza humana de los indígenas no bastarán para convencer, no sólo a los cristianos sino también a los filósofos de la modernidad, de que estos indígenas son también hombres.
Heggel y otros filósofos mantienen en cuarentena a los hombres de América, Asia, África y Oceanía, y se exige la justificación de la humanidad de estos otros hombres. Una justificación a la que tendrán que someterse no sólo los indígenas sino todos los nacidos posteriormente en esta América. Por un lado los hombres Hombres, por el otro subhombres, aspirantes a Hombres.
En América Latina esta discriminación origina respuestas muy especiales. Nuestro derecho al Verbo, al Logos, a la Palabra, o sea: a la filosofía.
En nombre de la civilización se hablará ahora de razas degeneradas, mezcladas, híbridas.
Se hablará, igualmente, de pueblos oscurantistas, herederos de una cultura que ha pasado a la historia. Pueblos disminuidos en su humanidad por lo que tenían de indígenas, pero también por haberse degenerado al mezclarse con entes que no podían justificar su humanidad.
Los indígenas son expresión del retroceso, lo que ya no debía ser. Forman parte de la subhumanidad y del subdesarrollo.
En nuestra América, la primera respuesta filosófica al escolasticismo inspirado en Aristóteles, la dará Bartolomé de Las Casas y los grandes misioneros que recorrieron nuestra América.
Ellos mostrarán ante el tribunal que inquiría sobre la humanidad de los nativos, la humanidad de los mismos, haciendo patente lo que de semejantes tenían con el hombre que se consideraba a sí mismo como el Hombre por excelencia. Dibujado el arquetipo, mostrarán cómo cabían dentro de él.
Sus leyendas, sus historias, sus formas de vida y moral mostraban que, si bien no habían oído hablar de Cristo, eran cristianos, o bien dispuestos a adoptar la doctrina que hace del hombre un Hombre. Como todos los hombres, buscaban a Dios; como todos los hombres, trataban de salvarse de él. Los indígenas eran hombres porque aún sin saberlo, se habían comportado como cristianos.
Ser como el cristiano, el europeo o el occidental, serán las metas a alcanzar para poner fin al regateo, al paréntesis. La modernidad planteará nuevos regateos, nuevas disminuciones. Otra vez hombre y no hombres. Una nueva pauta para calificar. El hombre es sinónimo de inquietud, de cambio, de progreso.
El individuo que no ha sido capaz de esta inquietud, lógicamente no es un hombre. Los occidentales hablan de indígenas como si hablaran de flora o fauna local, viéndolos como cosa infrahumana.
En Asia y África, este rebajamiento se castiga con el aislamiento, que en Latinoamérica es casi total, pues si el africano o asiático son menos hombres por no asemejarse al occidental, el latinoamericano es algo peor: siendo hombre en su origen europeo u occidental, se ha rebajado a subhombre.
Hijos de Europa rebajados por el mestizaje, pensarán como occidentales y tratarán de mostrar que pese a esto, son tan hombres como sus inquisidores.
Se aspirará a la civilización, se negará la barbarie. A la negación del pasado. Deshacerse de todo pasado, los hábitos y costumbres que alejaron a los latinoamericanos de la verdadera humanidad.
No importa que esta acción implique amputación, negación de sí mismo, una acción a la que nunca se vio sometido el hombre arquetipo, aunque la historia de este hombre sea el resultado de múltiples encuentros de culturas u civilizaciones, de innegables mestizajes. Porque, pura y simplemente, este hombre nunca se hizo cuestión de tales hechos. Esto, porque nunca fue enjuiciado, nunca hubo otra conciencia que se enfrentara a la suya.
El latinoamericano se empeñará en someterse al modelo de esta supuesta única forma de ser humano. Recortando lo propio, añadiendo lo extraño. Creando, ahora sí, un “humanismo híbrido”.
El filosofar de todo el siglo XIX latinoamericano se empeñó en mostrar a un hombre que para ser semejante al Hombre por excelencia, luchaba contra sí mismo, combatía en una larga lucha fratricida.
La filosofía del hombre en una determinada circunstancia. Una circunstancia que ha sido extraña al hombre en otras etapas de su historia.
El Romanticismo latinoamericano plantea con toda energía el problema de una cultura original latinoamericana.
Pero para que esto sea posible, debe existir una “emancipación mental”, esto es, una ruptura con la cultura colonial en que había sido formada esta América. Nuestros próceres sueñan con una América que, como Europa, origine un conjunto de culturas nacionales semejantes a las que han surgido en el Viejo Continente.
El positivismo reemplazará a la escolástica. Europa occidental y Estados Unidos serán el modelo a alcanzar en el campo cultural y filosófico, como será también el ideal de hombre.
La educación tenderá a formar un nuevo tipo de hombre latinoamericano, un hombre semejante al que habrá hecho posible una cultura y una civilización como la europea.
Por primera vez se hablará de una filosofía latinoamericana de origen, por los problemas a resolver que no tienen por qué ser los mismos problemas de la filosofía europea, sino los problemas propios de una realidad, de nuestra realidad.
La decepción se produce al finalizar el siglo XIX. Los latinoamericanos no han dejado de ser latinoamericanos. Todos los intentos de amputación del pasado han resultado inútiles. No se ha alcanzado la “emancipación mental”.
Latinoamérica está aún formada por pueblos cuya mentalidad sigue siendo la misma que le impusieran cuatro siglos de colonia ibera, pero ahora bajo una nueva dependencia, tanto en el campo económico, político y cultural.
Se habla de un neopositivismo que vaya a la realidad y no la eluda. Y la realidad no puede ser otra que esta que nos ha tocado en suerte. Una realidad que no tiene por qué ser inferior a otra. En Rodó se hace consciente la nueva subordinación y la enajenación en que ha caído el latinoamericano en su empeño por asemejarse al Hombre.
Y mientras sucede esto, nuestros vecinos van haciendo de su ser un nuevo paradigma, un nuevo arquetipo. Surge un nacionalismo que buscará en sus pueblos lo que la nueva filosofía buscará en los individuos: el paradigma del hombre mismo, un modo de ser propio. Por ello, se presentará como antiimperialismo.
Los filósofos latinoamericanos se lanzan a la búsqueda de lo propio.
Al término de la segunda guerra mundial han surgido otros pueblos, nuevas naciones han realizado emancipaciones que siguen la secuela iniciada por los latinoamericanos en el siglo XIX.
Los asiáticos, como los africanos y los latinoamericanos quieren saber cuál es su puesto en esa humanidad planetaria que la expansión occidental, a pesar suyo, ha originado.
¿Qué soy como hombre y cual es mi puesto? En Latinoamérica este filosofar toma diversas expresiones, entre ellas la de una nueva enajenación. Un filosofar que no puede hacer a un lado la cegadora iluminación que sobre su pensamiento sigue ejerciendo la filosofía europea u occidental. Todo se reduce a un pensar por temas limitados, locales, espaciales, acuciados por problemas que han de ser urgentemente resueltos.
Una vez más, pensando que sólo parte de la Humanidad posee el Verbo, mientras la otra no puede hacer otra cosa que tomarlo prestado.
En torno a Galileo
La vida es drama. En perpetua tensión de angustias y alborozos, sin que nunca tenga la plena seguridad sobre sí mismo. El drama pasa, acontece. La vida es esencialmente y solo, drama.
Si no viviésemos no nos pasaría nada. En cambio, porque vivimos nos pasa todo lo demás.
El vivir tiene una peculiarísima condición, y es que siempre está en nuestras manos hacer que no pase.
Nuestra vida tiene un carácter peculiar: no nos la hemos dado a nosotros, sino que nos la encontramos o nos encontramos en ella al encontrarnos con nosotros mismos. Si no la abandonamos, es porque queremos vivir.
El hombre es afán de ser, de subsistir. Y afán de ser tal de realizar nuestro individualísimo yo. Somos un ente que está constituido por el afán de ser, que consiste en afanarse por ser.
Nuestra vida es afán de ser porque es, en su raíz, radical inseguridad. Por eso hacemos siempre algo para asegurarnos la vida, y antes que otra cosa hacemos una interpretación de la circunstancia en que tenemos que ser y de nosotros mismos que en ella pretendemos ser. Definimos el horizonte dentro del cual tenemos que vivir.
Esa interpretación se forma en lo que llamamos “nuestras convicciones”, o sea, todo aquello de que creemos estar seguros. Y ese conjunto de seguridades que pensando sobre la circunstancia logramos fabricarnos, es el mundo. Nuestro horizonte vital.
Vivir es reaccionar a la inseguridad radical construyendo la seguridad de un mundo.
Somos homo sapiens, pero ¿Qué es lo que el hombre sabe? El hombre, y precisamente el más civilizado, en uno y otro continente, no sabe qué hacer. Esto nos llevaría a ampararnos en la otra definición de homo faber, el ente que fabrica.
Se quiere decir que el hombre es capaz de fabricar instrumentos, útiles que le sirvan para vivir. El hombre siempre está viviendo según lo que el mundo es para él.
Con mayor o menos actividad, originalidad y energía, el hombre hace mundo. Fabrica constantemente. Este mundo fabricado es el esquema o interpretación que arma para asegurarse la vida. El mundo es el instrumento por excelencia que el hombre produce y el producirlo es una y misma cosa con su vida, con su ser.
El hombre es un fabricante nato de universos.
La humanidad civilizada, en estos días, siente un terror que hace treinta años desconocía. El mundo ha cambiado. Y hoy vivimos en un mundo de crisis que hace vacilar toda seguridad.
Esto permite formular dos principios fundamentales para la construcción de la historia:
- El hombre constantemente hace mundo.
- Todo cambio de mundo, del horizonte, trae consigo un cambio de la estructura del drama vital.
El hombre psico-ficiológico puede no cambiar. Pero el hombre no es su alma ni su cuerpo. Es su vida, la figura de su problema vital.
Si hemos dicho que el hombre hace constantemente mundo, quiere decirse que éste es modificado también constantemente y, por tanto, cambiará sin cesar la estructura de la vida. Todos los días cambia un poco la materia de que están hechas las paredes de nuestra casa, pero tenemos derecho a decir –si no nos hemos mudado- que seguimos viviendo en la misma casa.
Cuando las modificaciones no afectan a los principales elementos del mundo, este queda intacto, y el hombre no tiene la impresión de que ha cambiado el mundo, sino sólo que ha cambiado algo en el mundo.
La vida está sumergida en una determinada circunstancia de una vida colectiva. Y ésta también tiene su mundo, su repertorio de convicciones, con las cuales el hombre, quiera o no, debe contar.
Las “ideas de la época”, el “espíritu del tiempo” es vigente por sí, frente y contra nuestra aceptación de él. En realidad, la mayor porción de mi mundo, proviene de ese repertorio colectivo. El hombre, desde que nace, va absorbiendo las convicciones de su tiempo.
Cada joven actuará sobre un punto del horizonte, pero entre todos actúan sobre la totalidad del horizonte o mundo. Cuando esto pasa, tenemos que aceptar que ha cambiado la cariz total del mundo, de suerte que unos años después, cuando otros jóvenes inicien su vida, se encontrarán con un mundo que, en el cariz de su totalidad, es distinto del que ellos encontraron.
La vida es tiempo –como ya nos hizo ver Dilthey y hoy nos reitera Heidegger- y no tiempo cósmico, imaginario; sino tiempo limitado, tiempo que se acaba. El tiempo irreparable. Por eso el hombre tiene edad.
Esto significa que toda actualidad histórica, todo “hoy” envuelve en rigor tres tiempos distintos, tres “hoy” distintos. El presente es rico de tres dimensiones vitales. Hoy, es para unos, veinte años, cuarenta o sesenta.
Es la unidad en un tiempo, de tres edades distintas. Todos somos contemporáneos, vivimos en el mismo tiempo y atmósfera –en el mismo mundo- pero contribuimos a formarlo de distintas formas. Sólo se coincide con los coetáneos. Una generación que implica tener contacto vital y la misma edad (grupo de edades similares, serie de años).
Una generación es un modo integral de existencia, una moda. El concepto de edades se forma primariamente sobre las etapas del drama vital, que no son cifras sino modos de vivir.